Hannah Wilke perteneció a la primera generación de artistas americanas feministas surgida en la década de los setenta que luchó intensamente por acabar con la inexistencia de la mujer en el ámbito artístico, dominado por un arraigado discurso patriarcal. A través de su arte, Wilke y otras muchas reivindicaron la particularidad del género femenino y la posición de la mujer artista como sujeto pensante y creativo, frente a su tradicional representación como objeto pasivo. La vagina se convirtió en un icono para muchas de ellas pues su uso en el arte les servía como marchamo de distinción frente a sus colegas varones, además de elevar y validar el sexo femenino, siempre considerado como pecaminoso y tabú o como símbolo de fertilidad (de hecho Wilke fue la primera artista en utilizar la iconografía vaginal a finales de los sesenta). El deseo por derrumbar el mito patriarcal del genio masculino que había contribuido a la ausencia y ocultación de las mujeres artistas del pasado, motivó que estas creadoras exploraran nuevos medios y formas de expresión como la performance o el todavía incipiente video.
Sala Este Baja
Desde el 5 de octubre de 2006 hasta el 14 de enero de 2007
El trabajo de Hannah Wilke se enmarca en este contexto. Su obra se desarrolló entre la escultura en materiales tradicionales como la cerámica que utilizó toda su vida y otros no tradicionales como el chicle, la goma de borrar, el látex o el lino. Además, consciente de las posibilidades expresivas de los medios no tradicionales, practicó con intensidad la performance, el video y la fotografía, que simultaneó habitualmente con el dibujo.
Su propio cuerpo se erigió en el centro de su arte, y partió siempre de su experiencia autobiográfica para abordar asuntos de carácter universal. De este modo, mediante la exhibición de su cuerpo desnudo en acciones, vídeos o fotografías, el uso ambiguo e irónico del lenguaje que incorporaba en los títulos y numerosos escritos personales, atacó el hábito de etiquetar y estereotipar, de dominar y menospreciar otras actitudes, razas, religiones o culturas (ella misma era judía), sin olvidarse del género femenino. Asuntos como la opresión social de las mujeres, la dominante mirada masculina –perpetuadora del ideal de feminidad–, el fanatismo del feminismo radical, el valor económico y la contribución del trabajo artístico femenino, e incluso el admirado Duchamp dieron lugar a valientes y provocadoras obras como Super-T-Art, S.O.S. Starification Object Series, Marxism and Art, So Help Me Hannah, o I Object. Un arte capaz de agitar conciencias que fue visto por muchos como una amenaza...
Entre tanto, la exposición de su cuerpo desnudo, joven y de gran belleza, desencadenó los ataques de numerosas colegas feministas del momento, que lerecriminaron un exceso de exhibicionismo narcisista y de frivolidad. Flirteaba y provocaba demasiado para ser feminista, llegó a decir Lucy Lippard, una de las más afamadas críticas del momento. Sin embargo, ajena a estos comentarios, continuó trabajando en la misma línea y utilizando su cuerpo durante toda su vida, tanto en sus años de juventud, como cuando ya estaba maduro y enfermo.
Precisamente el carácter efímero de la belleza, la fragilidad de la vida, la enfermedad, el dolor o la inevitable muerte fueron temas que Wilke abordó en su etapa de madurez. A través de la relación con su madre, a quien cuidó y fotografió con verdadera pasión en la época en la que estuvo aquejada de un cáncer mortal, Wilke consiguió darle a la enfermedad otro valor y otorgarle a un cuerpo anciano, enfermo y deteriorado por los duros tratamientos médicos, una dimensión diferente. La imagen de Selma Butter débil y vulnerable, es capaz de transmitir a pesar de toda la crudeza del cáncer, una dignidad especial que reside más en el espíritu que en el perecedero cuerpo. Por desgracia, no sería la última vez que la artista se enfrentaría a la enfermedad, el dolor, y la muerte pues en el año 87 le fue diagnosticado un linfoma que le quitó la vida seis años después.
La serie Intra-Venus sería el resultado de este último y difícil reto. Ese cuerpo joven y hermoso del que se había servido para denunciar las injustas grietas de la sociedad, es nuevamente utilizado, ahora enfermo y deformado, lleno de dolor y a la espera de la inevitable muerte, para enfrentarnos con crudeza a su vulnerabilidad y a su paso efímero por la vida. Es como si Intra-Venus fuera la pieza final de un puzzle en el que todo encaja con una coherencia sobrecogedora; como si se tratara de un testamento que la artista dejara en nuestras manos para a través del arte llegar a ser más tolerantes.
Comisariado: Laura Fernández Orgaz